La predicación más aguda y fuerte del predicador debe ser para sí mismo. Su trabajo más difícil, delicado, laborioso y minucioso debe ser consigo mismo. La formación de los doce fue la obra mas grande, difícil y perdurable de Cristo. Los predicadores no son los que hacen sermones, pero los que forman hombres y santos, y sólo él está bien entrenado para este trabajo quien se ha hecho el mismo un hombre y un santo. No son los grandes talentos o gran aprendizaje o grandes predicadores que Dios necesita, pero mas bien hombres grandes en santidad, grandes en la fe, grandes en el amor, grandes en la fidelidad, grandes para Dios - hombres que  siempre esten predicando sermones santos en el púlpito, y teniendo una vida santa fuera de el. Esto puede moldear una generación para Dios. - EM Bounds, Poder A Través de la Oración, 1907, p2-14